Hace unos años, la empresa en la que trabajaba, una multinacional americana, publicó un informe en el que se defendía que la diversidad de empleados era buena para las empresas, pues habían comprobado que las compañías más diversas conseguían mejores rendimientos. Como pueden imaginar, el informe sólo había analizado la diversidad en torno a tres características: sexo, raza e identidad sexual.
Yo, con ganas de debatir, pregunté a uno de los socios de mi empresa si me podía explicar cuál era la relación entre ser gay, ser hetero, ser blanco o ser negro y hacer bien nuestro trabajo. No supo responderme. Entonces le pregunté que por qué habían elegido esos tres atributos, todas características identitarias, para hacer el informe en lugar de, por ejemplo, analizar la diversidad en términos de situación socioeconómica, de estudios, de personalidades, de perfiles profesionales, de opiniones, u otras muchas posibles características infinitamente más relevantes. Tampoco supo responderme.
Cuento esta anécdota no para criticar a mi empresa, ni al informe, ni a la diversidad, sino para ilustrar como el mundo corporativo ha aceptado ciertos criterios y paradigmas sin el más mínimo racionamiento crítico. El socio con el que debatí era una persona brillante, inteligente, exitosa y, sin embargo, nunca se había preguntado por qué se hablaba de diversidad en esos términos. Simplemente era lo que había, era la verdad oficial que todo el segmento ejecutivo parecía compartir.
La realidad es que el mundo corporativo, especialmente las multinacionales americanas, se ha entregado en cuerpo y alma a las causas woke. Desde Disney enfrentándose con el gobernador de Florida por una ley de educación sexual; Blackrock diciendo que van a «forzar comportamientos» para que las empresas actúen conforme a criterios ambientalistas; Amazon y los grandes bancos siendo los grandes financiadores del Black Lives Matter; o las grandes tecnológicas imponiendo censura en los temas no alineados con el nuevo progresismo. Las grandes empresas se han rendido a los planteamientos del marxismo cultural. Lo más curioso es que muchas de estas compañías adoptan todas estas consignas a la vez que claman ser apolíticas.
Piensen ustedes lo que pasa en sus propios trabajos. A todos los que trabajan en corporaciones y multinacionales: ¿cuántas de sus empresas llenan sus perfiles en redes con la bandera arcoíris, incluso ahora con la bandera trans (menos en Oriente Medio, claro)? ¿Cuántas les han dado charlas o aplican prácticas de Diversidad, Equidad e Inclusión (DEI) sin realmente entender lo que implican? ¿En cuántas de sus empresas hay, en la práctica, cuotas para contratar o ascender? ¿Cuántas de sus compañías están oficialmente subidas al carro del ESG, aunque luego en los pasillos se admite que es un poco tomadura de pelo?
«Ahora las grandes corporaciones se alinean con las causas ‘woke’, que son abiertamente anticapitalistas»
Este giro ideológico es realmente curioso. Tradicionalmente, la derecha era pro-empresa y la empresa compartía los valores de libre mercado de la derecha; sin embargo, ahora las grandes corporaciones se alinean con las causas woke, que son abiertamente anticapitalistas y odian todo lo que el gran capital representa. ¿Cómo ha surgido esta peculiar unión?
Muchos son los movimientos que han confluido para hacer realidad este matrimonio de conveniencia. Parte de la explicación a este cambio puede ser el propio globalismo, es decir, la inherente trans-nacionalidad de las grandes corporaciones, que refleja una idea más alineada con la izquierda internacionalista y no con la derecha soberanista. Esta, desde luego, puede ser una explicación al porqué de la forma de actuar de Soros, Gates y la secta davosiana.
Otra razón que ha empujado a los empresarios a comprar toda la basura woke es el puro realismo de tener que defender sus empresas y su posición ante unos activistas que son absolutamente integristas e intransigentes. Para un empresario o ejecutivo, no apoyar abiertamente las causas ‘progres’ le puede suponer un ataque en redes rabioso, y un problema reputacional para él y su compañía. Por el contrario, seguir la corriente no parece tener (al menos en el corto plazo, asunto clave muchas veces ignorado) ninguna consecuencia. ¿Para qué arriesgarse, piensa el ejecutivo? Planteamiento cobarde y suicida en el largo plazo, sí, pero completamente entendible.
También hay un motivo intelectual y filosófico, de calado más profundo y preocupante, que puede explicar el comportamiento de los empresarios y altos ejecutivos: éstos han comprado la idea izquierdista de que ser rico y exitoso es algo reprobable y que, de alguna manera, tienen que expiar ese pecado. Habiendo interiorizado este falso relato, los ejecutivos se han lanzado a apoyar las causas woke y así comprar lo que los americanos llaman virtue points, es decir, estatus moral (sólo el progresismo actual es capaz de creer que la moralidad se puede comprar…). Estos virtue points les sirven a los ejecutivos para, a la vez, lavar su conciencia, proteger su imagen pública y poder seguir disfrutando de sus riquezas y posición sin mayores sacrificios.
«El apaciguamiento no funciona. Alimentar a la bestia ‘woke’ no la va a hacer más dócil ni menos carnívora»
Estas corporaciones y sus ejecutivos están cometiendo un grave, gravísimo error, desde diversos ángulos. Si algo nos ha enseñado la historia del siglo XX es que el apaciguamiento no funciona. Alimentar a la bestia woke no la va a hacer más dócil ni menos carnívora. Quizá estas multinacionales estén comprando una paz de papel temporal, pero el wokismo las acabará devorando. Por mucho que donen o les bailen el agua, nunca va a ser suficiente. Los movimientos woke quieren destruir por completo la arquitectura de las sociedades occidentales, empezando por el capitalismo. Odian visceralmente todo lo que las multinacionales y sus ricos ejecutivos representan. Financiar y dar munición a movimientos que, en última instancia, vienen a por tu cabeza –y la de toda la sociedad- me parece un sinsentido descomunal.
Además, actuar por miedo no es buena idea. Tomar decisiones por el temor a los activistas de Twitter no es recomendable pues, en efecto, desplaza el poder de decisión hacia la turba enfurecida; turba que, por muy ruidosa que sea, es una minoría. Se tiende a magnificar el daño que pueden hacer los activistas woke y sus medios progres palmeros. En verdad, todo lo que haría falta sería el valor de unos pocos con poder para plantarse y demostrar que los gritos en redes no representan a la gente común.
Siempre me ha resultado curioso como estos grandes empresarios y altos ejecutivos se resignan a seguir la corriente política y social del momento, sobre todo cuando esta narrativa woke es abiertamente contraria a sus intereses. Ésta es gente con una alta posición y respetabilidad, que gestionan grandes compañías con infinidad de recursos y, sin embargo, incomprensiblemente, actúan como si fuesen gente sin voz ni poder, condenada a seguir la moda del momento para poder sobrevivir. No es así.
Mi humilde recomendación a corporaciones, multinacionales, ejecutivos y empresarios: desterrad de vuestras empresas estas ideologías destructivas. Contratad por mérito y capacidad. Invertid por utilidad, retorno y conveniencia empresarial. Sed exitosos y no pidáis perdón a nadie. Ganad dinero, haced creced vuestras empresas y desarrollad productos y servicios que la gente quiera. Apoyad las causas en las que de verdad creáis, o no apoyéis ninguna, pero no asumáis las que os imponen desde fuera sin más.