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La soldado Francisco

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En las últimas semanas ha estallado una polémica a propósito de Francisco, un soldado español que ha decidido cambiar su identidad de género, acudir al Registro Civil y «hacerse» mujer. Lo más llamativo de todo es que Francisco no tiene intención de cambiar su nombre ni su aspecto, ni de hormonarse ni operarse. También ha manifestado que le atraen sexualmente las mujeres, por lo que ahora pasa a ser, técnicamente, lesbiana. Francisco reclama su derecho legal (pues ya está aprobada la Ley Trans) a ser tratado como mujer, empezando por que le dejen usar los baños y vestuarios de mujeres en el cuartel. 

Muchos periodistas y analistas, y también defensores de la ideología de género, han puesto el grito en el cielo y llaman a Francisco un fraude, un aprovechado, o alguien que sólo quiere ridiculizar al colectivo trans. Mi opinión es exactamente la contraria: Francisco no es ningún fraude, sino el producto exacto, el prototipo de lo que representa la ideología de género y su plasmación en España en la Ley Trans. 

Una de las premisas fundamentales de la narrativa trans es la «autoidentificación» (otras veces llamada «autopercepción» o «autodeterminación»). Este concepto implica que cada uno puede elegir su género según cómo se sienta, y este sentimiento lo convierte en realidad. Esta idea no es sólo teórica, sino que es exactamente lo que recoge nuestra Ley Trans, que en su artículo 3.i dice expresamente: Identidad sexual: Vivencia interna e individual del sexo tal y como cada persona la siente y autodefine, pudiendo o no corresponder con el sexo asignado al nacer. Y en el 3.j continua: Expresión de género: Manifestación que cada persona hace de su identidad sexual. 

Esta noción se sustenta en la idea de que el género es un constructo social, separado del sexo biológico, y que por tanto existe en un espectro más que en una categoría binaria. Dentro de ese espectro, cada uno puede identificarse como le parezca, y sólo de su elección personal se desprende que alguien es hombre, mujer o no binario. Es más, el resto del mundo tiene el deber de validar (o «afirmar», palabra más típica en el lingo trans) ese sentimiento, a riesgo de ser tachado de tránsfobo.

Según esta narrativa, pues, ¿cuál es el problema con Francisco? Absolutamente ninguno. De hecho, todos los activistas de género que están insultándole en redes y cuestionando su identidad son una panda de tránsfobos y retrógrados, según su propia narrativa. ¿Quiénes sois ellos para criticar a nadie? ¿Querías autoidentificación de género? Pues la tenéis. 

Para los que no hemos sido abducidos por la narrativa trans, sí que hay problemas evidentes, pero no con Francisco sino con la ideología que subyace. El problema de raíz de la perspectiva trans es su desconexión total con la realidad. Primero, claro está, niega la que es quizás la estructura más básica y primaria que existe en la naturaleza: la biología y el binomio sexual. Los activistas trans se han sacado un auténtico conejo de la chistera, nos han colado el concepto de «género» como algo distinto del sexo y, no sólo eso, nos pretenden convencer ahora de que lo único que importa es ese «género» y no la biología. 

Y, más allá de esto, el concepto de «autoidentificación» es una falacia, puesto que niega la existencia de una realidad objetiva en cuestiones de identidad. El absurdo de esta proposición es más que evidente, y no aplica a ningún otro tema imaginable. Si sentirnos algo lo convierte en realidad, ¿puedo yo tener 70 años porque «me siento viejo», pese a haber nacido en 1984? ¿Puedo ser negro, aunque mi piel sea blanca, si así lo quiero? ¿Puedo ser alto, fuerte, inteligente y encantador porque yo mismo lo decido? Preguntas retóricas, que no requieren respuesta dado su sinsentido; sin embargo, el activismo de género ha decidido que en el tema sexual se abandone toda lógica.

«Nos han colado el concepto de ‘género’ como algo distinto del sexo, y nos pretenden convencer ahora de que lo único que importa es ese ‘género’ y no la biología»

Y, volviendo al caso de Francisco, ¿qué es eso de criticarle por no operarse ni cambiar su aspecto? ¿Acaso los activistas trans gritan «las mujeres trans son mujeres… pero solo cuando se operan?» No, pues esto iría contra su mantra de la autoidentificación y demostraría su incongruencia. ¿Acaso la Ley Trans dice algo sobre que para ser una verdadera mujer hay que operarse con antelación? No. De hecho, en su artículo 44.3 expresa justo lo contrario: El ejercicio del derecho a la rectificación registral de la mención relativa al sexo en ningún caso podrá estar condicionado…a la previa modificación de la apariencia o función corporal de la persona a través de procedimientos médicos, quirúrgicos o de otra índole.

Ese grito de guerra del movimiento trans –«las mujeres trans son mujeres»- es uno de los ejemplos paradigmáticos de estas incoherencias: si esa afirmación fuese cierta, ¿por qué hay siquiera que poner el adjetivo «trans» en la propia afirmación? Acaso será porque las «mujeres trans» necesariamente son algo distinto de las demás «mujeres».

Y aquí reside precisamente uno de los talones de Aquiles políticos del movimiento trans: es profundamente anti-mujer. Si cualquiera puede decidir ser mujer en cualquier momento, sólo con sentirlo, entonces ¿qué es una mujer? Matt Walsh, de Daily Wire, hizo un documental hace algo más de un año con ese preciso título (What is a woman?) que es demoledor, por el simple hecho de que nadie, ningún sólo activista de género, ni un solo teórico del género fue capaz de responderle a la pregunta. La respuesta más común dentro de la ideología trans es que «una mujer es alguien que se identifica como mujer», lo cuál es el mejor ejemplo de una definición circular que a nadie se le puede ocurrir. Una vacuidad extrema. ¿Se identifica con qué, si la categoría no existe?

El hecho es que la narrativa trans reduce a la mujer – y al hombre- a la nada. Toda la experiencia femenina; toda la sensibilidad, particularidades biológicas y reproductivas; todas las luchas y barreras propias de las mujeres; toda la maravillosa complejidad de ser mujer reducida a cualquier sentimiento individual y pueril de un hombre que, de repente, decide que él es mujer. Tanto se reduce a la nada que hasta quieren eliminar la propia palabra «mujer» y pretenden que se use el apelativo «personas con capacidad de menstruar» para referirse a las mujeres biológicas, para que así las «mujeres» trans no se sientan ofendidas… ¿Tendrán las mujeres biológicas también posibilidad de ofenderse ante esta laminación de su existencia?

No es sorprendente, por tanto, que las mayores detractoras de esta ideología de género vengan del feminismo clásico. Mujeres que llevan años, décadas, luchando por la igualdad de hombre y mujer para que ahora vengan a decirles que la mujer no existe, que cualquier puede serlo si así lo siente. En el mundo de la nueva narrativa trans, a estas feministas las llaman con el despectivo apelativo TERF («trans-exclusionary radical feminist»). En España, por ejemplo, Lidia Falcón, histórica líder del Partido Feminista, se posicionó tan fervientemente en contra del proyecto de Ley Trans que su partido fue expulsado de Izquierda Unida.

Francisco será hombre, mujer o lo que cada uno interprete, pero, desde luego, no es un fraude. El fraude es la ideología de género. El fraude es la narrativa trans. Yo doy gracias a Francisco por servir de ejemplo tan palmario de la absoluta insensatez de esta ideología. Ojalá su caso, y el otros muchos que indudablemente surgirán, consiga abrir los ojos no ya a los activistas, sino a esas personas bienintencionadas que se tragaron el sapo de una narrativa que se presentaba como compasiva e inclusiva, pero en realidad es anti-biología, anti-realidad y anti-mujer, entre otras muchas cosas. 


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